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martes, 25 de mayo de 2010

LA VOZ DE QUIEN NUNCA HABLO


Sin querer estoy en este sitio al que no pedí venir, el destino me trajo hasta aquí y lo he aceptado, es un lugar oscuro, pero aunque es pequeño, es acogedor, la tibieza me reconforta, pero siento miedo, no lo tengo yo, éste sitio esta rodeado de miedos.
El espacio se expande al tiempo en yo lo hago; sigue oscuro, pero ya me he acostumbrado, todo suena a nada, no siento aromas, pero aun así está bien, pero siento miedo, este espacio empieza a gustarme, me amoldo a él, o él se amolda a mi, da igual, no quiero salir. Siento barullos fuera de este, mi hogar, y una angustia me envuelve, quiero llorar y no siento tristeza, una sensación de desarraigo me embarga, siento miedo y creo que ya es hora de sentirlo, algo a mi alrededor y dentro de mi lo indica... "ten miedo"... Me siento oprimido de un tiempo a ésta parte, como que me queda pequeño todo, a ratos mi mundo se torna amargo, acido, alternadamente, me enferma el sabor, tengo miedo, mucho miedo, es como si algo me dijera que me quieren lejos, lo difícil de entender es que no sé a dónde ir, mi mundo es tan amplio como el alcance de mis manos.
Sé que tengo que dejar este espacio que quiero tanto, este espacio oscuro y silencioso, es curioso, se que me van a desalojar, pero no sé por qué, el miedo me tiene oprimido el pecho, como si un peso enorme se alojara justo entre mi cuello y mi ombligo y tener miedo me angustia...He despertado como cada día, ya no tengo miedo.... siento terror, alguien ha ingresado a mi morada y me está quitando el aire, quieren sacarme, no quiero salir, no es tiempo aun y estoy escapando y escondiéndome tanto como puedo, no noté que pequeñas y torpes eran mis piernas hasta ahora, el terror aumenta, me empujan hacia lo que quiere sacarme, no veo a nadie, pero siento pesadas y gigantes manos, soy frágil, no tengo defensa. Me duele todo, una nube roja me rodea, me han golpeado y sin saber por que me están sometiendo a una tortura, a mi, que siempre me mantuve en silencio, yo que nunca molesté a nadie, a lo mejor mi presencia les molestaba, pero hay otras formas de hacer las cosas.
El miedo, el terror, la angustia, me someten una y otra vez a los golpes, escucho a lo lejos sonidos metálicos, presiento que esto no es todo y vivo el miedo igual a como respiro el poco aire que me queda. Sé que moriré, me queda tanto por hacer, tanto que decir.
Me hieren, han tomado una de mis manos y la han cortado, puedo ver como esa parte de mi se aleja, pero no veo quien se la lleva, me duele mucho, no sé describir el dolor, es como fuego o hielo quemando. Me siguen hiriendo y ahora se llevan uno de mis pies, me siento mareado, débil, trato de ocultarme, pero al parecer ellos son más y más fuertes, no los veo, pero los siento, se llevan mis piernas, mis ojos, esos que nunca vieron más allá de donde yo estaba..... Algo me lleva, me arrastra en partes, el dolor es uno sólo, pero lo siento sin estar ahí, ya no puedo luchar, no tengo como, sólo tengo mi pensamiento, pero si no escucharon mi voz cada vez que grité de dolor, menos querrán oír lo que estoy sintiendo... Me han arrancado de mi morada, se me acabó el aire, lo que ves, son mi sentir a través de las manos de alguien que sabe de lo que hablo, con una conciencia intranquila que me ha dejado ocupar su cuerpo con mi espíritu vivo, que después del pánico, la tortura, la desigualdad en la lucha decirles mi alma vive, para que yo, a través de ella pueda hablarles.

viernes, 21 de mayo de 2010

JUEGOS TRADICIONALES

Quito/200años

El Ecuador guarda en cada rincón del país miles de historias por contar y cientos de anécdotas que revelan la verdadera identidad de un nativo tricolor, especialmente en Quito donde las costumbres y las tradiciones se viven como si nunca hubiese pasado el tiempo. La capital recoge en sus doscientos años de vida los mejores recuerdos escritos desde la época colonial, las anécdotas más profundas y sentidas que se construyeron con magia y pasión en las calles empedradas y en las edificaciones antiguas rodeadas por iglesias y museos que hoy son más espectaculares que nunca antes.


Desde el norte hasta el sur de la capital, en cada parroquia, en cada barrio y en cada calle hay algo que admirar, conocer, probar y hasta jugar. No por nada se lo llama a Quito “Luz de América”, con mucha razón es denominado “La Carita de Dios”.

En pomasqui, parroquia ubicada al norte de la capital, vía a la mitad del mundo se revive cada fin de semana el recuerdo y las raíces que abuelitos, bisabuelos y hasta tatarabuelos dejaron allí sembradas. Se habla de juegos tradicionales como la pelota nacional y los cocos y una que otra golosina que no puede faltar en aquellas tardes. Los pristiños, el tostadito y las colaciones.

El parque tradicional de Pomasqui es el punto de encuentro. Aquí se reúnen los días sábados y domingos entre 25 y 40 personas. Unos para jugar la pelota, otros para distraerse en los cocos y otros simplemente van de espectadores.

Esta parroquia es reconocida en el país justo por la pelota nacional, pues este año se coronaron el campeonato número 15 de manera consecutiva en este deporte tradicional.

Actualmente el Señor Julio Cárdenas (60) es el presidente y representante de este deporte. Cuenta con orgullo que su padre le enseño a jugar desde que el tuvo ocho años y entre risas bromea que este es un deporte solo para varones fuertes, pues se juega con una tabla muy similar a una raqueta pero con pupos de caucho que pesa entre 8 y 15 libras, de igual manera las pelotas que varían entre 1.5 y 4 libras.

La pelota se juega entre 12 personas, 6 a cada lado. 2 golpeadores atrás, 2 cuerdas a los costados y dos colocadores adelante. Tiene la modalidad del tenis, el mismo sistema de puntaje y marcador, pero con una que otra regla adicionales y varios términos muy conocidos entre los que practican este deporte, como chazas y chicas, que son instancias que se van desarrollando mientras se juega la pelota. El equipo que gana es el que logra 2 de 3 chicas y para esto tiene que defender y saber utilizar con beneficio sus chazas.

Mientras juegan la pelota se puede ver otro grupo de señores adultos jugando cocos. Trazan un círculo grande en la tierra y ubican en el de 2 a 5 cocos por persona, colocan una tabla apoyada a una pared y golpean allí un coco con la finalidad de ir sacando los que están dentro del círculo.

En la misma cuadra que se encuentra ubicado el estadio, justo en la esquina esta Doña Mercedes con una paila grandecita y el aceite hirviendo para freír los pristiños. Lleva ocho años en la misma esquina y vende todos los fines de semana entre 120 y 150 pristiños toda la tarde. Los vende a 15 centavos por unidades o sino de 6 a 7 por 1 dólar dependiendo el tamaño, obviamente con una buena cantidad de miel para derramar en los pristiños.

Así como Doña Meche hay otras señoras que se ubican en el interior del estadio para vender tostado y las tradicionales golosinas. Nunca se quedan con el alimento. Los deportistas y los espectadores presentes lo consumen todo.

domingo, 16 de mayo de 2010

SOLO VENCIENDOTE VENCERAS

Experiencia de Superación.


Aproximadamente 6 horas pasaron hasta llegar a la región del verdor infinito. Al oriente Ecuatoriano. En el sector de La Shell está situada la Base Militar de los Iwias donde además de preparar a los soldados de guerra, también se forman a los jóvenes que acuden al llamado de acuartelamiento.

El ambiente cambia por completo y quien visita este territorio del país puede dar testimonio de que el oriente es una tierra llena de encanto, de naturaleza, de paisajes mágicos y atardeceres de fantasía. El cielo se cobija de colores vivos que juegan con la flora del lugar, las luciérnagas anuncian la noche y los sapos cantan sin cesar.

Indudablemente es un sitio que vale la pena visitar.

Un grupo de 81 estudiantes y 2 profesores de la Universidad de las Américas tuvieron el privilegio de llegar a esta base, donde se sometieron a un curso de supervivencia con régimen militar. Hombres y mujeres estaban llamados a cumplir el mismo cronograma de actividades; unos lo tomaron con emoción y fueron con ganas de descubrir una experiencia nueva, pero para otros era simplemente una obligación estar allí y su actitud era poco alentadora.

El primer día el grupo recibió el equipaje militar donde se encontraban todos los materiales necesarios para asumir el reto en la selva. Amacatoldo, cobija, poncho de agua, cobertor, entre otras cosas.

El segundo día fue toda una sorpresa, desde el amanecer ya se pudo apreciar la vida de un militar. Cuando todos dormían una voz gruesa y fuerte se paseaba por el campamento diciendo: “¡Levantarse! ¡Levantarse!”. Todos estaban adormitados aun, esa manera de despertar era más fastidiosa que un despertador mecánico, pero de a poco se iban disponiendo y alistándose, pues la selva estaba en espera del grupo. Era de ver los rostros de muchos; unos estaban ilusionados y aunque medio dormidos sonreían mientras se colocaban las botas de caucho, a otros se les desvanecía la expresión fruncida que marcaban sus rostros, el amanecer los sedujo con clima selvático y se iban contagiando de ganas para emprender la aventura y a los pocos restantes, no les tocaba mas que seguir las instrucciones.

Cuando todos estaban listos tomaron el equipo, subieron a la base y se dirigieron al rancho para servirse el desayuno. Arroz con arvejas, huevo frito, pero frió y un café caliente.

Al terminar volvieron al campamento y en seguida comenzó la caminata hacia el centro de la selva. La lluvia comenzó a caer y todo el camino estaba enlodado. Las mujeres tuvieron complicaciones en el trayecto, pero las caídas, los enredos en el lodo y todos los obstáculos permitieron que su carácter se deje motivar por el instinto de supervivencia y llegaron, incluso en mejores condiciones que algunos hombres.

Ahí en la selva visitaron 4 estaciones donde instructores nativos del lugar instruyeron al grupo en áreas como pesca, caza, fuego natural, medicina, alimentación y edificación de estructuras. Aquella gente que estaba desanimada de a poco fue cambiando su actitud y terminaron disfrutando de esta instrucción, en especial la de los recursos naturales que ofrece la selva que era dirigida por el Shaman, donde se tomaron unos tragos y hasta comieron gusanos.


Llegaba la noche y era ahí donde tocaba poner en práctica todo lo aprendido durante el día. Todos se dirigieron a un lugar estratégico de la selva donde se podía acampar y con machete en mano iban preparando sus árboles para amarrar ahí sus amacatoldos. Cuando todos terminaron ya estaba oscuro y después de recoger los alimentos asignados para esa noche, arroz, una sopa magi, atún y galletas, todos fueron a preparar su cena para servirse antes de dormir.

En seguida cayó un aguacero que duró toda la noche e impidió que la mayoría del grupo cumpla el objetivo propuesto, pues el interior de sus amacas se comenzó a llenar de agua y les obligo a salir a las cabañas que habían a unos cinco minutos del lugar donde se encontraban. Ahí se acomodaron casi 60 personas, pero vale reconocer el esfuerzo de los restantes. No importó el clima, ni las condiciones físicas. Su espíritu de valentía y su carácter fortalecido les permitió amanecer en el interior de las amacas y cumplir la misión. Este fue el caso de Vanesa Matute, una de las estudiantes de 6to semestre. “Desde que supe que íbamos a la selva y teníamos que valernos por nosotros mismos, supe también que lo lograría. Tenía que probar mis capacidades y vencer cualquier obstáculo. Fue una experiencia inolvidable, la disfruté a cada momento”

Así como Vanesa hubieron otras personas que se llevaron consigo el orgullo y la satisfacción de sentirse capaces y listos para enfrentar su profesión. Los otros llevan en su ser la decepción.

El tercer día terminaba la estadía en la base militar y después de recoger todo y entregar los equipos, regresaron hacia quito.

Aquel curso de supervivencia fue una prueba de vida. Muchos verán la recompensa reflejada en el porvenir profesional y otros lamentablemente se quedan con una sed que no podrán saciar, si no lo vuelven a intentar.

LA TRATA DE GENTE UNA REALIDAD LATENTE



Fue llevada con engaños a EU, donde trabajó en condiciones de esclavitud. Hoy, su testimonio ha servido para aprobar importantes leyes

La trata es como un monstruo que te acecha y no sabes cuándo te devorará, dice con la mirada perdida Florencia Molina, mexicana originaria de Puebla, víctima de trata de personas con destino a Estados Unidos.

Está sentada en una terraza del céntrico barrio de Coconut Grove, en Miami, y bebe un refresco en un vaso rojo de plástico: “La patrona me decía: ‘tú vales menos que un perro. Si yo mato un perro en la calle, tengo problemas; pero contigo, nada me pasaría. Eres una ilegal. Yo pagué por ti. Tengo tus documentos. No existes”’.

Florencia deja de hablar y fija la mirada en el vaso. El calor húmedo se mezcla con el olor a mar y el silencio. Hace un esfuerzo para seguir contando su experiencia, pero el dolor la paraliza por momentos, a pesar de que ha contado decenas de veces su historia. Una historia que ha cambiado la vida de miles de personas.

Gracias a ella y a otros más fue posible aprobar dos leyes en los pasados siete años, que benefician a las víctimas de trata y sus familias en Estados Unidos. Una medida que pretende reducir también el tráfico de mexicanos. México es el segundo país que más víctimas de trata de personas envía, después de Tailandia.

Todo empezó con la muerte de su hija recién nacida en 2001. La extrema pobreza impidió que fuera atendida debidamente en un hospital. La depresión posparto llegó de manera fulminante. Para combatirla se inscribió en clases de corte y confección. Esa decisión cambió su vida. “A los dos meses, mi maestra me dijo que necesitaban costureras en Los Ángeles, California, que tenía tres días para decidir si quería ir. Que ellos pagaban el avión, y que tenía asegurado el trabajo, la vivienda y la comida. Recuerdo que me aclaró: ‘Tu boleto lo pagarás con trabajo. No te preocupes por nada’. Yo le di inmediatamente mi acta de nacimiento y mi credencial de elector. Y a los tres días viajé con ella de México a Tijuana”.

Florencia llegó un 31 de diciembre de 2001. En lugar de celebrar el año nuevo, trabajó 16 horas desde el primer día. Su patrona, otra mexicana de Puebla, vecina de donde ella misma vivía, la levantaba a las cinco de la madrugada para que limpiara su casa, el jardín y los coches. Luego se la llevaba al taller de costura donde hacían vestidos de fiesta que vendían a grandes tiendas.

Florencia dormía en una pequeña bodega donde guardaban las muestras y materiales de producción, sin regadera ni lo necesario para asearse. Tenía prohibido hablar con las otras trabajadoras, tampoco podía pisar la calle y sólo le daban 10 minutos para una comida al día a base de arroz y frijoles. Lloraba todos los días, tanto que pensó que se le terminarían pronto las lágrimas.

“Tenía que compartir la cama con mi maestra. No había jabón ni champú, nada. Era bien difícil. Yo me lavaba la cabeza en el fregadero con jabón de trastes y conseguí un bote para echarme agua; buscaba la manera de asearme. Empezaba a coser en la máquina a las cinco de la madrugada. No tenía permitido encender la luz, porque alguien desde la calle podía ver que estaba trabajando. El taller tenía por dentro rejas corredizas y por la tarde, cuando todas se iban, las cerraban con candado.

La puerta tenía alarma y yo no sabía la clave. No podía escapar. Además, había personas que me vigilaban 24 horas al día.

Sufrió violencia sicológica y física por parte de la patrona del taller: “Me jalaba el pelo tan fuerte que me dolía constantemente la cabeza. Me daba cachetadas, pellizcones, nalgadas, y todo el tiempo me amenazaba: ‘Si no haces lo que yo diga, algo le puede pasar a tu familia. Sé dónde viven tus hijos, tu mamá y tus hermanos. No se te olvide. ¿Quieres arriesgar sus vidas? Verdad que no. Entonces ¡trabaja para que me pagues tu deuda!”’



Florencia cuenta que vivió un verdadero infierno durante 40 días consecutivos. Un día le pidió permiso a su patrona para ir a la iglesia y sorpresivamente ésta accedió: “Yo en realidad quería ir para dar gracias a Dios, para cumplir la promesa que le había hecho. Era un domingo. Por primera vez pisé la calle. Llegué a la esquina y sin saber dónde estaba, en ese momento me di cuenta que era libre. Y pensé: ‘Yo no vuelvo más al taller”’.

Intentó hablar por teléfono a una compañera, pero la operadora sólo hablaba inglés: Sentí una gran impotencia. Me encontraba en un barrio anglosajón y todos los que pasaban eran gringos con los que no me podía comunicar, porque yo no hablaba una palabra de inglés.

Un joven con aspecto latino la ayudó finalmente a hablar por teléfono con su amiga, quien por fin la rescató y la llevó a un restaurante: Por primera vez en más de un mes podía comer algo diferente a arroz y frijoles. Me supo delicioso. Desde que estuve en el taller he padecido anemia aguda y aún no me recupero. El doctor me tiene con tratamiento de hierro por las secuelas de hace siete años.

Florencia sólo estuvo un día con su amiga. La patrona la localizó y tuvo que salir huyendo: Se acercó a la casa y andaba ahorcando al niño de 14 años de mi amiga para obligarlo a que dijera dónde estaba. Gracias a Dios, el muchachito no nos delató. De allí buscamos a dónde irnos. Hicimos una llamada a San Diego y nos fuimos hasta allí, pero en esa ciudad nos encontró la FBI. No sé como se dieron cuenta dónde estaba yo, pero creo que fue porque rastrearon esa llamada que hice.

Pero el Departamento de Inmigración conocía de antemano el caso de Florencia, gracias a la denuncia anónima de una buena persona que llamó a la Coalition for Humane Immigrant Rights of Los Angeles (Chirla), una ONG que se dedica a defender los derechos de los inmigrantes y que había iniciado así una investigación que terminó con la petición formal a las autoridades de localizar a la mexicana.

Llegan los agentes de la FBI y me piden que coopere con ellos contándoles todo lo que me había pasado. Me dijeron que todos mis compañeros del taller estaban en la cárcel. Y les comenté que no era justo, que la mala de todo esto era mi patrona, pero como ellos no sabían quién era quién, pues necesitaban mi testimonio para deshacer el embrollo. Tenía mucho miedo. La patrona me había dicho muchas veces que si me animaba a hablar con las autoridades, ellos me iban a meter a la cárcel y no iba a volver a ver a mis hijos. Yo no creía en las autoridades y, viniendo de México, menos, con la corrupción que tenemos en nuestro país.

El Informe del Departamento de Estado sobre Trata de Personas ha criticado la falta de políticas del gobierno mexicano para prevenir y sancionar debidamente este delito: Necesita perseguir a los tratantes de manera más vigorosa, y asegurar fallos judiciales y sentencias en su contra, dice el documento correspondiente a 2007.

Florencia finalmente decidió cooperar testificando contra la tratante mexicana, a cambio de que las autoridades le permitieran seguir en Estados Unidos: Yo no estaba muy segura de lo que me iba a pasar, pero decidí cooperar para salvar a quienes me habían ayudado a escapar. A cambio, la policía me permitió quedarme en el país con una visa T, que le otorgan a personas víctimas de trata.

Desafortunadamente, la tratante no recibió una sentencia justa debido a que en ese entonces la ley era nueva y aún carecía de mecanismos efectivos en su aplicación. Le dieron seis meses de arresto domiciliario. Pagó una multa de 75 mil dólares y luego quedó libre: Ella luego fue a México a visitar a mi madre. Le dio 20 dólares para que le dijera dónde estaba. Le dijo que yo era muy mala persona. Y mi mamá inteligentemente le dijo que no sabía nada de mí. Es increíble, pero después de siete años ella (la tratante) me sigue buscando. Muchas veces he tenido que cambiar mi número de teléfono. Ha contactado a mi familia varias veces. Ella habló con el padre de mis hijos para que no me los dejara.

Florencia ha intentado rehacer su vida en Estados Unidos. En 2006 le dieron un permiso humanitario para viajar a Puebla y visitar a sus hijos, que ahora tienen 13, 15 y 18 años. Los quiere traer a vivir con ella, pero aún falta un camino por recorrer: Lo que queremos lograr las víctimas de trata es que no nos juzguen los demás. Somos víctimas, no criminales.

Pertenece a un grupo de sobrevivientes de trata de la Coalition to Abolish Slavery & Trafficking, que organiza conferen- cias alrededor del país para alertar a la población sobre este tipo de delitos. Sus testimonios ante los asambleístas de California han sido decisivos a la hora de aprobar la ley AB 22, en 2004 y la TBTRA, en 2008.

Florencia lleva vestido corto con zapatos de tacón, maquillada y con las uñas pintadas. Las ráfagas de viento mueven suavemente su cabello largo y liso, mientras los rayos del sol la deslumbran. Tiene una causa por la cual vivir y muestra orgullosa su foto con el gobernador Arnold Schwarzenegger. Está segura que las nuevas iniciativas legales que criminalizan la trata de personas y aumentan las condenas a los tratantes, servirán para disminuir también el tráfico de inmigrantes con fines de esclavitud laboral hacia Estados Unidos: Esta es mi misión ahora: alzar la voz e informar a la gente, a los mexicanos especialmente, para que no caigan en las redes de los tratantes.


viernes, 14 de mayo de 2010

UN PADRE MUERTO Y UN HIJO QUE NO QUIERE VIVIR

Solo, en compañía del silencio, no deja de llorar entre las cuatro paredes de su humilde habitación.

Su padre y a la vez el sustento de su hogar, se marchó sin decirle adiós y de una manera trágica. La última imagen que tiene de su progenitor prefiere no recordarla; un cuerpo acuchillado, unos ojos que conservaron la expresión desesperada, una voz apagada que quizá lo único que pudo decir antes de dar el último respiro fue ¡auxilio!.

A Carlos Cando lo encontraron asesinado al norte de la capital junto a su pareja con la que convivía. Las autoridades de la policía judicial juzgan que el acontecimiento puede tratarse de algo pasional, pues familiares y amigos del difunto aseguran que no tenía enemigos ni había sufrido amenazas de muerte antes, por lo que las sospechas se dirigen hacia la relación sentimental que mantenía con Marta Quilumba, también asesinada.

Estas son los momentos que desde hace una semana vive Luis Cando, hijo de la víctima acribillada.

Jamás imaginó que una llamada anunciando la mala noticia le iba a cambiar la vida tan radicalmente. Le han dejado de importar sus obligaciones estudiantiles, su responsabilidad laboral y hasta su necesidad de alimentarse.

Sus familiares están desesperados porque a Luis se le apagaron las ilusiones y el mundo se le ha venido encima. Su tía María Aneloa busca ayuda en el gobierno de la parroquia, pero cuenta con lágrimas que su petición no ha sido escuchada y que Luis necesita de un apoyo, de un respaldo que lo anime a seguir adelante. Apenas tiene 18 años y el no quiere seguir viviendo. No tiene quien le lleve el pan al atardecer como lo hacía su padre, ya no hay quien le aconseje, ha perdido su mejor amigo, su confidente, el compañero de cacería, su jefe en las obras de construcción donde laboraban juntos, en fin…ha perdido lo que para él era su vida entera.

Hasta el momento se ha logrado que las autoridades del establecimiento educativo donde Luis cursa el segundo año de bachillerato le ayuden con la justificación de las asistencias y le exoneren de los pocos gastos que se requieren, ya que es una institución fiscal. Los vecinos están pendientes de llevarle algún platito de comida y cosas para su aseo personal. Los pocos familiares que lo rodean no pueden hacer más que acompañarle en llanto, ya que de igual manera, son gente que vive escasamente y sus recursos son limitados.

La petición de Luis es que las autoridades den con los “miserables”, como el mismo los catalogo, que acabaron con la vida de su padre.